MIRANDA
PRORSUS
CARTA ENCÍCLICA DEL PAPA PÍO XII
SOBRE EL
CINE, LA RADIO Y LA TELEVISIÓN
INTRODUCCIÓN
PREÁMBULO
Los maravillosos progresos técnicos, de que se glorían
nuestros tiempos, frutos sí del ingenio y del trabajo humano, son primariamente
dones de Dios, Creador del hombre e inspirador de toda buena obra; “no enim
solum protulit creaturam, verum etiam prolatam tuetur et fovet”.1
Algunos de estos nuevos medios técnicos sirven para
multiplicar las fuerzas y las posibilidades físicas del hombre, otros para
mejorar sus condiciones de vida; pero hay aún otros que miran más de cerca a la
vida del espíritu y sirven, directamente o mediante una expresión artística, a
la difusión de ideas, y ofrecen a millones de personas, en manera fácilmente
asimilable, imágenes, noticias, enseñanzas, como alimento diario de la mente,
aun en las horas de distracción y de descanso.
Entre las técnicas que se refieren a esta última categoría,
han tomado un extraordinario desarrollo, durante nuestro siglo, como todos bien
saben, el cine, la radio y la televisión.
MOTIVOS DEL INTERES DE LA IGLESIA
Con particular alegría, pero también con vigilante
prudencia de Madre, la Iglesia ha tratado desde el principio de seguir los
pasos y proteger a sus hijos en el maravilloso camino del progreso de las
técnicas de difusión.
Tal solicitud proviene directamente de la misión que le ha
confiado el Divino Redentor, porque dichas técnicas -en la presente generación-
tienen un poderoso influjo sobre el modo de pensar y de obrar de los individuos
y de la comunidad.
Hay también otra razón por la cual la Iglesia muestra un
especial interés por los medios de difusión: porque Ella misma, sobre todos los
otros, ha de trasmitir a los hombres un mensaje universal de salvación: “Mihi
omnium sanctorum minimo data est gracia haec, in gentibus evangelizare
investigabiles divitias Cristhi, et illuminare omnes, quae sit dispensatio
sacramenti abscondidi a saeculis in Deo, qui omnia creavit”;2 mensaje
de incomparable riqueza y potencia que debe recibir todo hombre de cualquier
nación o tiempo.
PRECEDENTES DE LA ENCICLICA
Así que ninguno podrá maravillarse de que el celo por la
salvación de las almas conquistadas “Corruptibilibus auro vel argento
redempti... sed pretioso sanguine quasi Agni immaculati Christi”,3 haya
movido en diversas ocasiones a la Suprema Autoridad Eclesiástica a reclamar la
atención sobre la gravedad de los problemas que el cine, la radio y la
televisión presentan a la conciencia cristiana.
Han pasado más de veinticinco años desde el día en que
Nuestro Predecesor de santa memoria dirigió por primera vez, valiéndose “del
admirable invento marconiano”, un solemne mensaje “a través de los cielos a
todas las gentes y a toda criatura”.4
El mismo gran Pontífice, pocos años después, daba
apostólicas enseñanzas sobre el recto uso del cine al Venerable Episcopado de
los Estados Unidos con la memorable Encíclica” Vigilanti cura”,5
declarado “necesario y urgente el procurar que también en esta materia los
progresos del arte, de la ciencia y de la misma perfección de la técnica
humana, puesto que son verdaderos dones de Dios, se ordenan a la gloria de Dios
y a la salvación de las almas, y sirven prácticamente para la dilatación del
reino de Dios en la tierra”.6
Nos mismo, durante Nuestro Pontificado, en diversas
ocasiones hemos recordado a los Pastores a las diversas ramas de la Acción
Católica y a los educadores, los deberes cristianos relativos a las formas
modernas de difusión de los espectáculos. Gustosamente hemos admitido a Nuestra
presencia a las varias categorías sociales del mundo del cine, de la radio y de
la televisión, para expresarles Nuestra admiración por la técnica y por el arte
que cultivan, recordarles los peligros, indicando los altos ideales que deben
iluminar su nada fácil e importante oficio.
Ha cuidado también Nuestra paterna solicitud de crear en la
Curia Romana una expresa Comisión permanente7 con la
misión de estudiar los problemas del cine, de la radio y de la televisión, que
se relacionan con la fe y la moral, a la cual así los Obispos como las
competentes Oficinas puedan dirigirse para pedir consejo y segura orientación
en materia tan compleja.
Nos mismo con frecuencia Nos aprovechamos de los modernos
medios de difusión, que Nos ofrecen “la posibilidad de perfeccionar la unión
espiritual entre rebaño y Pastor”, para que Nuestra voz “tenga asegurada en la
violenta lucha espiritual de hoy una fuerza de penetración y un eco tal, que
pueda responder a los crecientes deberes del sumo apostolado confiado a Nós”.8
LOS FRUTOS DE LA ENSEÑANZA PONTIFICIA
Grandemente Nos consuela saber que las repetidas
exhortaciones de Nuestro Predecesor, de feliz memoria, y las Nuestras que se
dirigen a orientar el cine, la radio y la televisión a los fines de la gloria
de Dios y del perfeccionamiento humano, han encontrado una grande y fecunda
resonancia.
Bajo Vuestra vigilante guía y celoso impulso, Venerables
Hermanos, han sido promovidas actividades y obras, en el campo diocesano,
nacional e internacional, con miras a un previsor apostolado en esos sectores.
No pocos dirigentes de la vida pública, representantes del
mundo industrial y artístico, y numerosos grupos de espectadores católicos, y
aun no católicos de buena voluntad, han dado apreciables pruebas de sentido de
responsabilidad, haciendo laudables esfuerzos, frecuentemente a costa de no
pocos sacrificios, para que en el uso de las técnicas de difusión se eviten los
peligros del mal y se respeten los Mandamientos de Dios y los valores de la
persona humana.
Sin embargo, por desgracia, debemos repetir con San Pablo: “non
omnes obediunt Evangelio”,9 porque también en este campo el Magisterio de la Iglesia
ha encontrado a veces incomprensiones, y hasta ha sido violentamente combatido
de parte de individuos, empujados por un desordenado apetito de lucro, o
víctimas de ideas erróneas sobre la realidad de la naturaleza humana, sobre la
libertad de expresión y sobre la concepción del arte.
Si la actitud de estas personas Nos llena el alma de
amargura, no podemos sin embargo desviarnos de Nuestro deber, y esperamos que
también se Nos concederá el reconocimiento, dado a Jesús por sus enemigos: “scimus
quia verax es, et viam Dei in veritate doces, et non est tibi cura de aliquo”.10
MOTIVO DE LA ENCICLICA
No sólo grandes utilidades, mas desgraciadamente también
tremendos peligros pueden nacer de los progresos técnicos que se han realizado
y continúan realizándose en los vitalísimos sectores del cine, de la radio y de
la televisión.
Estos medios técnicos -que están, puede decirse, al alcance
de cualquiera- ejercitan un extraordinario poder sobre el hombre, conduciendo “así
al reino de la luz, de lo noble, de lo bello, como a los dominios de las
tinieblas y de la depravación, gracias a ultrapotentes y desenfrenados
instintos, según que el espectáculo ponga en evidencia y estimule los elementos
de uno o de otro campo”.11
Como en el desarrollo de las técnicas industriales del
siglo pasado no se ha sabido evitar la esclavitud del hombre a la máquina,
destinada a servirlo, y generaciones enteras hasta nuestros días deben
dolorosamente expiar tales errores; así también hoy, si el desarrollo de los
medios técnicos de difusión no se somete “al yugo suave”12 de la
ley de Cristo, corre el peligro de ser causa de infinitos males, tanto más
graves, cuanto que no se trata de someter las fuerzas materiales, sino también
las espirituales, privando “a los descubrimientos del hombre de las elevadas
utilidades que tenían como fin providencial”.13
Siguiendo con paterna solicitud de día en día el desarrollo
del grave problema y considerando los saludables frutos que ha producido -en el
sector del cinematógrafo- durante los últimos dos decenios la ya mencionada
Encíclica “Vigilanti Cura”, hemos acogido benévolamente la petición, que Nos ha
llegado de celosos Pastores y de seglares competentes en estas técnicas, de que
diésemos enseñanzas y directivas, por medio de la presente Carta Encíclica,
valederas también para la radio y la televisión.
Por tanto, después de haber invocado con insistentes
oraciones y por intercesión de la Virgen Santísima, la asistencia del
Omnipotente, queremos dirigirnos a vosotros, Venerables Hermanos, cuya
solicitud pastoral conocemos, para recordar la doctrina cristiana relacionada
con este tema, recomendar providencias necesarias y ayudaros así a guiar con
mayor seguridad la grey de Dios, confiada a vuestros cuidados, y a precaverla
de los errores y las imprudencias en el uso de los medios audiovisivos, cuya
tolerancia traería consigo un grave peligro para la vida cristiana.
PARTE
GENERAL
LA “DIFUSIÓN” EN LA DOCTRINA CRISTIANA
Antes de ocuparnos separadamente sobre las cuestiones
relativas a los tres grandes medios de difusión -y bien sabemos que la
cinematografía, la radio y la televisión constituyen, cada una por sí un hecho
cultural con propios problemas artísticos, técnicos y económicos -Nos parece
oportuno exponer los principios que deben regular la difusión de los bienes
destinados a la comunidad y a cada uno de los individuos: entendida la difusión
en el sentido de comunicación realizada en gran escala.
Dios, Sumo bien, que difunde incesantemente sus dones,
concede generosamente al hombre, que es objeto de particular solicitud, además
de los beneficios materiales también los espirituales, subordinando los
primeros a los segundos, como la perfección del cuerpo se subordina a la del
alma: a la cual antes de comunicarse Él mismo en la visión beatífica, se
comunica en la fe y en la caridad que “diffusa est in cordibus nostris per
Spiritum sanctum,qui datus est nobis”.14
Deseoso de encontrar en el hombre el reflejo de las propias
perfecciones,15 Dios lo ha asociado a su obra de donación de los valores
espirituales llamándolo a ser portador y dispensador de ellos en beneficio del
perfeccionamiento individual y social. Pues el hombre, por su misma naturaleza,
comunicó desde un principio los bienes espirituales a su prójimo por medio de
signos sensibles, que siempre procuró ir perfeccionando. Desde los grabados y
escritos de los tiempos más remotos hasta las técnicas contemporáneas, deben
todos los instrumentos de comunicación humana realizar el elevado fin de
manifestar que los hombres, también en este campo, están al servicio de Dios.
Y para que la actuación del plan divino a través del hombre
consiga un éxito más seguro y eficaz, hemos declarado, con Nuestra autoridad
apostólica, celestial Patrono del telégrafo, del teléfono, de la radio y de la
televisión a San Gabriel Arcángel “que ha traído al género humano... el tan
deseado anuncio de la Redención”.16 Nuestro intento era hacer caer en la cuenta de la nobleza
de su vocación a cuantos tienen en sus manos los benéficos instrumentos17 que
permiten difundir en el mundo los grandes tesoros de Dios, como buenas
semillas, destinadas a producir centuplicado el fruto de la verdad y del bien.
LA DIFUSION DEL MAL
Considerando la finalidad tan elevada y noble de los medios
técnicos de difusión, Nos preguntamos frecuentemente: ¨cómo es que también
sirven para el mal? “ Unde ergo habet zizania?”18
Ciertamente el mal moral no puede provenir de Dios,
perfección absoluta, ni de las mismas técnicas que son dones suyos preciosos,
sino solamente del abuso que de ellas hace el hombre, dotado de libertad, el
cual perpetrándolo y difundiéndolo a sabiendas, se pone de parte del príncipe
de las tinieblas y se hace enemigo de Dios: “Inimicus homo hoc fecit”.19
LIBERTAD DE DIFUSIÓN
Como base de cuanto arriba hemos expuesto, la verdadera
libertad consiste en el acertado uso de la difusión de los valores que
contribuyen al perfeccionamiento humano.
La Iglesia, depositaria de la doctrina de la salvación y de
los medios de santificación, tiene por sí el inalienable derecho de comunicar
las riquezas que se le han confiado por disposición divina. A tal derecho
corresponde el deber de parte de los poderes públicos de hacerle posible el
acceso a las técnicas de difusión.
Los fieles, que conocen el inestimable don de la Redención,
deben desplegar todo esfuerzo para que la Iglesia pueda valerse de los inventos
técnicos y usarlos para la santificación de las almas.
Al afirmar los derechos de la Iglesia, no queremos
ciertamente negar a la sociedad civil el derecho de difundir las noticias y las
informaciones que son necesarias o útiles al bien común de la misma sociedad.
También deberá asegurarse a los particulares, según la
oportunidad de las circunstancias y salvas las exigencias del bien común, la
posibilidad de contribuir al enriquecimiento espiritual de los demás,
valiéndose de las técnicas existentes.
ERRORES ACERCA DE LA LIBERTAD DE DIFUSIÓN
Pero es contrario a la doctrina cristiana y a las mismas
superiores finalidades de las técnicas de difusión la actitud de quienes tratan
de reservar el uso exclusivo de ellos para fines políticos y propagandísticos,
o los consideran como un mero negocio económico.
Asimismo no se puede aceptar la teoría de los que a pesar
de los desastres morales y materiales causados en el pasado por semejante
doctrina, sostienen la llamada “libertad de expresión” no en el noble sentido
indicado antes por Nos, sino como libertad para difundir sin ningún control
todo lo que a uno se le antoje, aunque sea inmoral y peligroso para la fe y las
buenas costumbres.
La Iglesia, que protege y apoya la evolución de todos los
verdaderos valores espirituales -así las ciencias como las artes la han tenido
siempre como Patrona Y Madre- no puede permitir que se atente contra los
valores que ordenan al hombre respecto de Dios, su último fin. Por
consiguiente, ninguno debe admirarse de que también en esta materia ella tome
una actitud de vigilancia, conforme a la recomendación del Apóstol: “Omnia
autem probate: quod bonum est tenete”.20
Asì que se ha de condenar a cuantos piensan y afirman que
una determinada forma de difusión puede ser usada, avalorada y exaltada, aunque
falte gravemente al orden moral con tal de que tenga renombre artístico y
técnico. “Es verdad que a las artes -como hemos recordado con ocasión del V
centenario de la muerte del Angélico- para ser tales no se les exige una
explícita misión ética o religiosa”. Pero “si el lenguaje artístico se
adaptase, con sus palabras y cadencias, a espíritus falsos, vacíos y turbios,
es decir, no conformes al designio del Creador; si, antes que elevar la mente y
el corazón hacia nobles sentimientos, excitase las pasiones más bajas; hallaría
con frecuencia resonancia y acogimiento, aun sólo en virtud de la novedad, que
no es siempre un valor, y de la parte exigua de realidad que contiene todo
lenguaje. Sin embargo, un arte tal se degradaría a si mismo, haciendo traición
a su aspecto primordial y esencial, ni seria universal-perenne, como el humano
espíritu, a quien se dirige”.21
OBLIGACIONES DE LOS PODERES PUBLICOS
Y DE LOS GRUPOS PROFESIONALES
La autoridad civil está obligada a vigilar los medios de
difusión, mas tal vigilancia no puede limitarse a la defensa de los intereses
políticos y eximirse, sin grave culpa, del deber de salvaguardar la moralidad
pública, cuyas primeras y fundamentales formulaciones son normas de la ley
natural que está escrita en todos los corazones y habla en todas las
conciencias.22
La misma vigilancia del Estado no puede considerarse como
una injusta opresión de la libertad del individuo, porque se ejercita, no en el
círculo de la autonomía personal, sino sobre una función social cual es
esencialmente la difusión.
Es muy verdadero que el espíritu de nuestro tiempo -como
hemos dicho en otra ocasión-, que no sufre más de lo justo la intervención de
los poderes públicos, preferiría una defensa que partiese directamente de la
colectividad”;23 pero esta intervención, en forma de autocontrol,
ejercitada por los mismos grupos profesionales interesados no suprime el deber
de vigilancia de parte de las autoridades competentes, aun en el caso de que pueda
prevenir laudablemente la intervención de éstas, haciendo prevalecer la
observancia del orden moral en la fuente misma de la obra difusiva.
Sin menoscabar las competencias del Estado, Nuestro
Predecesor, de feliz memoria, y Nos mismo hemos alentado las intervenciones
preventivas de los grupos profesionales.
Solamente un interés solidario y positivo por las técnicas
de difusión y por su recto uso, así de parte de la Iglesia como del Estado y de
los profesionales, permitirá a las mismas técnicas llegar a ser instrumentos
constructivos de formación de la personalidad de quien goza de ellas, mientras
que si se dejan sin control o dirección precisa, favorecerán el descenso de
nivel cultural y moral de las masas.
CARATERÍSTICAS DE LA “DIFUSIÓN” A TRAVÉS
DE LAS TÉCNICAS AUDIOVISIVAS
Entre las diversas técnicas de difusión, ocupan hoy un
puesto de particular importancia -como hemos dicho al comienzo de este
documento- las técnicas llamadas “audio-visivas” que permiten comunicar un
mensaje en grandes proporciones a través de la imagen y del sonido.
Tal forma de transmisión de los valores espirituales es
perfectamente conforme con la naturaleza del hombre: “Est autem naturale
homini, ut per sensibilia ad intelligibilia veniat; quia omnis nostra cognitio
a sensu initium habet”.24 Más aún, el sentido visivo, siendo más noble, más digno
que los otros sentidos,25 conduce más fácilmente al conocimiento de la realidad
espiritual.
Las tres principales técnicas audio-visivas de difusión: el
cine, la radio y la televisión, no son por consiguiente simples medios de
recreación y de entretenimiento (aunque gran parte de los auditores y de los
espectadores los consideren preferentemente bajo este aspecto), sino de
verdadera y propia transmisión de valores humanos, sobre todo espirituales, y
por tanto pueden constituir una forma nueva y eficaz de promover la cultura en
el seno de la sociedad moderna.
Bajo ciertos aspectos, las técnicas audio-visivas, más que
el libro, ofrecen la posibilidad de colaboración y de intercambio espiritual,
instrumento de civilización común entre todos los pueblos del globo;
perspectiva tan querida para la Iglesia, que siendo universal, desea la unión
de todos en la posesión común de valores auténticos.
Para realizar tan elevada finalidad el cine, la radio y la
televisión deben servir a la verdad y al bien.
AL SERVICIO DE LA VERDAD Y DEL BIEN
Deben servir a la verdad para estrechar mis fuertemente los
lazos entre los pueblos, la mutua comprensión, la solidaridad en las pruebas,
la colaboración entre los poderes públicos y los ciudadanos.
Servir a la verdad significa no solamente apartarse de la
falsedad y del engaño, sino evitar también aquellas actitudes tendenciosas y
parciales que podrían fomentar en el público conceptos erróneos de la vida y
del comportamiento de los hombres.
Ante todo debe considerarse como sagrada la verdad revelada
por Dios. Más aún, ¨no sería la más elevada vocación de las técnicas de
difusión hacer que todos conozcan “la fe en Dios y en Cristo”, “aquella fe que
es la única que puede dar a millones de hombres la fuerza para soportar con
serenidad y fortaleza las indecibles pruebas y angustias de la hora presente”?26
A la tarea de servir a la verdad debe unirse el esfuerzo de
contribuir al perfeccionamiento moral del hombre. Las técnicas audiovisivas
pueden contribuir en tres importantes sectores: la información, la enseñanza y
el espectáculo.
INFORMACIÓN
Toda información, con tal que sea objetiva, como decíamos
al Comité de Coordinación para la información pública de la ONU, tiene un
fundamental aspecto moral: “L'aspect moral de toute nouvelle jetèe dans le
public ne doit jamais êntre negligè, car le rapport le plus objetif implique
des jugements de valeur et suggère des decisions.L'informateur digne de ce nom
doit n'accabler personne, mais chercher à comprendre et à faire comprendre les
èchecs, mème les fautes commises.Expliquer n'est pas nècessairemente excuser, mais
c'est dejà suggèrer le remède, et faire par conséquent une oeuvre positive et
constructrice”.27
ENSEÑANZA
Con mayor razón se puede decir lo mismo de la enseñanza, a
la cual el film didáctico, la radio y más aún la televisión escolar, ofrecen
posibilidades nuevas e inesperadas, no sólo para los jóvenes, mas también para
los adultos. Sin embargo, el uso en la enseñanza de estos nuevos y prometedores
medios técnicos, no debe estar en desacuerdo con los imprescriptibles derechos
de la Iglesia y de la familia en el campo de la educación de la juventud.
En particular quisiéramos esperar que las técnicas de
difusión, ya en manos del Estado, ya confiadas a las iniciativas privadas, no
se hagan reos de una enseñanza sin Dios.
Por desgracia sabemos que en ciertas naciones, dominadas
por el comunismo ateo, los medios audiovisivos son usados hasta en las escuelas
para propaganda contra la religión. Esta forma de opresión de las conciencias
juveniles, privada de la verdad divina, liberadora de los espíritus,28 es uno
de los aspectos más innobles de la persecución religiosa.
En cuanto depende de Nos, deseamos que en la enseñanza
católica sean oportunamente empleados los medios audio-visivos para completar
la formación cultural y profesional y “sobre todo... la formación cristiana;
base fundamental de todo progreso auténtico”.29 Más aún
queremos expresar Nuestra satisfacción a cuantos, educadores y maestros,
emplean acertadamente el film, la radio y la televisión para un fin tan noble.
ESPECTÁCULO
Finalmente, el tercer sector, en el cual las técnicas
audio-visivas de difusión pueden servir poderosamente a una causa del bien, es
el del espectáculo.
El espectáculo generalmente comprende también elementos de
información y de instrucción. Nuestro Predecesor, de feliz memoria, no ha
dudado en llamar al cine “Rerum scholae”.30Mas el
espectáculo añade a estos elementos una presentación en figuras y sonidos y una
trama que se dirige no solamente a la inteligencia sino a todo el hombre, subyugando
sus facultades emotivas, e invitándolo a una participación personal en la
acción presentada.
Aun utilizando los diversos géneros de espectáculos hasta
ahora conocidos, la cinematografía, la radio y la televisión ofrecen nuevas
posibilidades de expresión artística y por esto un específico género de
espectáculo, destinado no ya a un grupo escogido de espectadores, mas a
millones de hombres, diversos en edad, ambiente, cultura.
EDUCACÓN DE LAS MASAS
Para que el espectáculo en tales condiciones pueda cumplir
su función, es necesario un esfuerzo educativo que prepare al espectador a
comprender el lenguaje propio de cada una de estas técnicas, y a formarse una
conciencia recta que permita juzgar con madurez los varios elementos ofrecidos
por la pantalla y por el altavoz, para que no tenga que sufrir pasivamente su
influjo, como sucede con frecuencia.
Ni una sana recreación, “que ha llegado a ser al presente
-como decía Nuestro Predecesor, de feliz memoria- una necesidad para la gente
que se cansa en las ocupaciones de la vida”,31 ni el
progreso cultural pueden ser plenamente asegurados, sino con esta obra
educativa iluminada por los principios cristianos.
La necesidad de dar semejante educación al espectador ha
sido vivamente sentida por los católicos en los últimos años y son hoy
numerosas las iniciativas que tienden a preparar tanto a los adultos cuanto a
la juventud para que valoren mejor los lados positivos y negativos del
espectáculo.
Esta preparación no puede servir de pretexto para ver
espectáculos moralmente ruinosos, sino que debe enseñar a seleccionar los
programas en conformidad con la doctrina de la Iglesia y con las indicaciones
relativas a su valor moral y religioso, emanadas de las competentes Oficinas
Eclesiásticas.
Dichas iniciativas, si siguen las normas de la educación
cristiana y son conducidas con competencia didáctica y cultural, merecen no
solamente Nuestra aprobación, sino también Nuestro más entusiasta aliento para
que sean introducidas y fomentadas en las escuelas y en las universidades, en
las Asociaciones Católicas y en las parroquias.
La formación de una consciente asistencia a los
espectáculos hará disminuir los peligros morales, mientras permitirá al
cristiano aprovechar todo nuevo conocimiento del mundo que le será ofrecido por
el espectáculo, para levantar el espíritu a la meditación de las grandes
verdades de Dios.
Queremos dirigir, una palabra de especial complacencia a
los misioneros, que conocedores de su deber de salvaguardar la integridad del
rico patrimonio moral de los pueblos por cuyo bien se sacrifican, procuran
iniciar a los fieles en el recto uso del cine, de la radio y de la televisión
haciendo de esta manera que se conozcan prácticamente las verdaderas conquistas
de la civilización. Vivamente deseamos que su esfuerzo en este sector sea
apoyado tanto por las competentes autoridades eclesiásticas, cuanto por las
gubernativas.
ESPECTÁCULOS PARA LA JUVENTUD
Pero la obra sola de educación no es suficiente. Se
necesita que los espectáculos sean proporcionados al grado de desarrollo
intelectual, emotivo y moral de cada una de las edades.
Este problema ha llegado a ser particularmente urgente
cuando con la radio y sobre todo con la televisión, el espectáculo ha penetrado
en el mismo hogar familiar, amenazando los diques saludables con que la sana
educación protege la tierna edad de los hijos, para que puedan adquirir la
virtud necesaria antes de afrontar las tempestades del siglo. A tal propósito
escribíamos a los Obispos de Italia hace tres años: “¨cómo no horrorizarse ante
el pensamiento de que mediante la televisión pueda introducierse dentro de las
mismas paredes domésticas aquella atmósfera envenenada de materialismo, de
necedad, de hedonismo, que con demasiada frecuencia se respira en tantas salas
cinematográficas?”.32
Nos son conocidas las iniciativas promovidas por
competentes autoridades y por entidades educativas para preservar la juventud
del pernicioso influjo de los espectáculos demasiados frecuentes o no adaptados
a su edad. Todo esfuerzo realizado en este campo merece estímulo, con tal de
que se tenga en cuenta que mucho más graves que las perturbaciones fisiológicas
y sicológicas son los peligros morales a que se exponen los espíritus jóvenes;
peligros que constituirán -si no se toman las precauciones oportunas- una
verdadera y propia amenaza para la sociedad.
A los jóvenes va Nuestra paterna y confiada exhortación de
que se ejerciten, respecto a la asistencia a los espectáculos, en la prudencia
y temperancia cristiana. Ellos deben dominar su innata curiosidad de ver y de
oír, y conservar libre su corazón para las alegrías del espíritu.
OBRA DE LA IGLESIA-OFICINAS NACIONALES
Ante tan grandes posibilidades y ante tan graves peligros
de las técnicas audio-visivas de difusión, la Iglesia pretende cumplir
plenamente su misión que no es directamente de orden cultural, sino pastoral y
religioso.33
Para responder a este fin, Pío XI, de venerada memoria,
recomendaba a los Obispos establecer en todas las naciones una “oficina permanente
nacional de revisión que pueda promover las buenas películas, clasificar las
otras y hacer llegar este juicio a los sacerdotes y a los fieles”, y dirigir al
mismo tiempo todas las actividades de los católicos en el campo del
cinematógrafo.34
Nos, después de considerar con toda madurez las
perspectivas apostólicas que estas técnicas ofrecen, y la necesidad de defender
la moralidad del pueblo cristiano, por desgracia demasiado frecuentemente
amenazado del espectáculo corruptor, deseamos que en todas las naciones, donde
tales Oficinas no existan todavía, sean establecidas sin tardanza y sean
confiadas a personas competentes bajo la dirección de un sacerdote escogido por
los Obispos.
Recomendamos además que en cada nación las respectivas
Oficinas para la cinematografía, la radio y la televisión -cuando no dependen
de una única entidad- colaboren entre sí; y que los fieles, y sobre todo los
miembros de las Asociaciones Católicas, sean debidamente instruidos en la
necesidad de asegurar con el apoyo común el eficaz funcionamiento de estas
Oficinas.
Y porque muchos problemas con los cuales deben enfrentarse
en cada una de las naciones, no podrán encontrar una conveniente solución, será
sumamente útil que las Oficinas nacionales den su adhesión a las Organizaciones
internacionales competentes, aprobadas por la Santa Sede.
No dudamos que los sacrificios que posteriormente os
impondrá la realización de estas disposiciones Nuestras, serán compensados por
frutos abundantes con tal de que se observen las recomendaciones que deseamos
dar ahora separadamente con respecto al cine, a la radio y la televisión.
PARTE
ESPECÍFICA
EL
CINEMATÓGRAFO
El cinematógrafo, después de sesenta años de su invención,
ha llegado a ser uno de los medios expresivos más importantes de nuestro
tiempo.
Hemos tenido ya ocasión de hablar de las diversas etapas de
su desarrollo y de las razones del atractivo que ejerce sobre el espíritu del
hombre moderno.35 Tal desarrollo se ha verificado con particularidad en
películas de argumento, dando origen a una importante industria, que depende no
solamente de la colaboración de numerosos artistas y técnicos diversamente
competentes, sino de problemas económicos y sociales complejos, que personas
particulares difícilmente podrían afrontar y resolver.
No será pues posible lograr que el cine sea “un instrumento
positivo de elevación, de educación y de mejoramiento”,36 sin la
escrupulosa colaboración de todos los que tienen una parte de responsabilidad
en la producción y difusión de los espectáculos cinematográficos.
Hemos declarado ya en otra oportunidad los elementos que
constituyen un “film ideal”, cuando Nos dirigíamos a los que están interesados
en “el mundo del cinematógrafo”, invitándolos a realizar el alto fin de su
vocación. 37
Será cuidado vuestro, Venerables Hermanos, que, utilizando
las Oficinas nacionales permanentes -que actúan bajo vuestra autoridad y
dirección- no falten a les diversas entidades interesadas en ello, las
informaciones, consejos e indicaciones que las diversas circunstancias de
tiempo y lugar requieran, a fin de realizar, en el campo del cine, el ideal que
Nos hemos indicado para bien de las almas.
LA CLASIFICACIÓN MORAL
Para conseguir este fin, se habrán de publicar
regularmente, para información y guía de los fieles, los juicios morales que
sobre los espectáculos cinematográficos dará una comisión especial38
compuesta de personas de doctrina segura y de vasta experiencia, bajo la
responsabilidad de la Oficina nacional.
Los que componen la comisión de revisión deben prepararse
con estudios apropiados y con la oración, para asumir la responsabilidad de tan
delicado encargo, a fin de juzgar con competencia acerca del valor moral de las
obras cinematográficas y sobre el influjo que podrán ejercer en los espectadores
de su nación.
Para juzgar el contenido y la presentación de una película,
inspírense los revisores en las normas que Nos hemos expuesto en los
mencionados Discurso sobre “el film ideal”, y en particular tengan en cuenta
las que se refieren a películas de argumento religioso, a la presentación del
mal y al respeto que se debe tener de la persona humana, de la familia y de su
santidad, como también de la Iglesia y de la sociedad civil.
Recuerden, además, que uno de los fines principales de la
clasificación moral, es el de ilustrar la opinión pública y el de educarla para
que respete y aprecie los valores morales, sin los cuales no podrían existir ni
verdadera cultura, ni civilización. Culpable sería por tanto toda suerte de
indulgencia para con cintas que, aunque ostenten méritos técnicos, ofenden, sin
embargo el orden moral, o que respetando aparentemente las buenas costumbres,
contienen elementos contrarios a la fe católica.
Los juicios morales, al indicar claramente qué películas se
permiten a todos y cuáles son nocivas o positivamente malas, darán a cada uno
la posibilidad de escoger los espectáculos de los cuales habrá de salir “más
alegre, más libre y, en su interior, mucho mejor de cuando entró”39 y harán
que evite los que podrían ser dañosos para su alma, daño que será más grave aún
por hacerse responsable de favorecer las producciones malas y por el escándalo
que da con su presencia.
Renovando las instancias que hacia Nuestro Predecesor de
feliz memoria en la Encíclica” Vigilanti cura”40
recomendamos vivamente que se invite a los fieles, donde esto es posible, y
después de preparación adecuada, a que renueven el compromiso personal que
tienen todos los católicos de observar fielmente la obligación de informarse
sobre los juicios morales y de conformar con ellos su conducta. A este fin,
donde los Obispos lo juzgaren oportuno, podrá destinarse útilmente un domingo
del año para promover oraciones e instrucciones a los fieles sobre sus deberes
con respecto a los espectáculos y particularmente en relación con el cine.
Para que todos puedan gozar del beneficio de los juicios
morales, es necesario que las indicaciones se publiquen oportunamente, estén
debidamente motivadas y se difundan ampliamente.
EL CRÍTICO CINEMATOGRÁFICO
Muy útil será en esta materia la actuación del crítico
cinematográfico católico, quien no dejará de acentuar los valores morales,
mirando bien que dichos juicios habrán de ser una directiva segura para evitar
el peligro de deslizarse a un relativismo moral o de confundir la jerarquía de
valores.
Muy lamentable sería que los diarios y publicaciones
católicas, al hablar sobre los espectáculos, no dieran información a sus
lectores sobre el valor moral de los mismos.
LOS EMPRESARIOS
No solo sobre los espectadores que con el billete de
entrada, a manera de voto, eligen entre el cine bueno y el malo, pesa una
grande responsabilidad, sino también sobre los empresarios de salones de cine y
sobre los distribuidores de películas.
Nos son conocidas las dificultades que deben superar en la
actualidad los empresarios, por muchas razones y también a causa de la
televisión, pero aun en medio de circunstancias difíciles, deben recordar que
su propia conciencia no les permite presentar cintas contrarias a la fe y a la
moral, ni aceptar contratos que les obliguen a proyectarlas. En muchos países
existe el laudable compromiso de no aceptar películas que son tenidas como
dañosas o malas: esperamos que una iniciativa tan sumamente oportuna se propagara
por todas partes, y que ningún empresario católico dudará de dar su adhesión.
Debemos llamar la atención sobre la obligación grave de
excluir la publicidad insidiosa e indecente, aunque se haga, como a veces
sucede, en favor de películas no malas. “¨Quien podrá decir los daños que tal
clase de imágenes puede producir en las almas, especialmente de los jóvenes, y
los pensamientos y sentimientos impuros que pueden provocar y el grado en que
contribuyen a la corrupción del pueblo, con grave perjuicio de la prosperidad
misma de la nación?”.41
SALONES CATÓLICOS
Es obvio que los salones de cine que dependen de la
autoridad eclesiástica, al estar obligados a asegurar a los fieles, y
particularmente a la juventud, espectáculos educativos en un ambiente sano, no
podrán menos de presentar cintas intachables desde el punto de vista moral.
Los obispos, al mismo tiempo que vigilan cuidadosamente la
actividad de estos salones abiertos al público, aun a cargo de religiosos
exentos, recordarán a los eclesiásticos responsables, que para cumplir el fin
de su apostolado, tan recomendado por la Santa Sede, es necesario que, por su
parte, observen escrupulosamente las normas dadas a este fin y que tengan
espíritu de desinterés. Es muy de recomendar que los salones católicos se unan
en asociaciones -como ya se ha hecho laudablemente en algunas naciones- para
poder tutelar con más eficacia los intereses comunes, poniendo en práctica las
directivas de la Oficina nacional.
LA DISTRIBUCIÓN
Las recomendaciones que hemos hecho a los empresarios, han
de aplicarse también a los distribuidores, quienes porque no raras veces
financian las mismas producciones, tendrán mayor posibilidad y por tanto
estarán más obligados a dar su apoyo al cine moralmente sano. En efecto, la
distribución no puede ser considerada de ningún modo como una mera función
técnica, ya que el film -como lo hemos recordado repetidas veces- no es una
simple mercancía, sino un alimento espiritual y una escuela de formación
espiritual y moral de las masas. Así pues, el que distribuye, el que alquila,
participarán en los méritos y responsabilidades morales con respecto al bien o
al mal que pueda causar el cinematógrafo.
LOS ACTORES
No pequeña parte de responsabilidad en el mejoramiento del
cine, compete también al actor, quien respetando su dignidad de hombre y de
artista no puede prestarse a interpretar escenas licenciosas, ni cooperar en
una película inmoral. Una vez que el actor logre distinguirse por su arte y por
su talento, debe servirse de su fama merecidamente ganada, para despertar en el
público nobles sentimientos, dando, ante todo, en su vida privada ejemplo de
virtud. “Es muy comprensible -decíamos Nos mismo en un discurso a los artistas-
la emoción intensa de alegría y noble orgullo que invade vuestro ánimo delante
del público intensamente dirigido hacia vosotros, anhelante, que os aplaude y
se estremece”.42 Un sentimiento tan legítimo, no puede, con todo, autorizar
al actor cristiano a que acepte de parte de un público inconsciente,
manifestaciones rayanas muchas veces en idolatría, teniendo para ellos valor la
advertencia del Salvador: “Sic luceat lux vuestra coram hominibus: ut videant
opera vestra bona, et glorificent Patrem vestrum qui in caelis est”.43
PRODUCTORES Y DIRECTORES
Aunque en planos diversos, la responsabilidad más grande
recae sobre los productores y directores. La conciencia de tal responsabilidad,
no debe ser óbice sino estímulo para los hombres de buena voluntad que disponen
de recursos financieros y de talentos que se requieren para la producción de
las películas.
Con frecuencia las exigencias del arte impondrán a los
responsables de la producción y dirección, problemas difíciles en punto a moral
y religión, que exigirán así para el bien espiritual de los espectadores como
para la perfección de la obra misma, un adecuado criterio y dirección aun antes
de que la película se realice o durante su realización.
No duden, por consiguiente, en pedir consejo a la Oficina
católica competente, que con gusto estará a su disposición y aun delegará si
fuere necesario y con las debidas cautelas, un experto consejero religioso. La
confianza en la Iglesia, no disminuirá, ciertamente, su autoridad y su
prestigio. “La fe defenderá, hasta lo último, la personalidad del hombre”,44 y aun
en el campo de la creación artística la personalidad humana no podrá menos de
enriquecerse y completarse, a la luz de la doctrina cristiana y de las rectas
normas morales.
Sin embargo, no será permitido a los eclesiásticos que
presten su colaboración a los productores cinematográficos sin especial encargo
de los Superiores, pues como es obvio para tal asesoría, se requieren
competencia especial y adecuada preparación, cuya estimación no puede quedar al
arbitrio de los particulares.
Pedimos a los productores y directores católicos, que no
permitan la realización de películas contrarias a la fe y a la moral cristiana:
pero si esto sucediere (quod Deus advertat) los Obispos no dejarán de
amonestarlos, empleando si fuera menester, oportunas sanciones.
Pero estamos convencidos de que el remedio más radical para
encaminar eficazmente el cine hacia la altura del “film ideal” se cifra en que
se profundice la formación cristiana de cuantos participan en la producción de
las obras cinematográficas.
Acérquense los autores de las películas a las fuentes de la
gracia, asimílense la doctrina del Evangelio, adquieran conocimiento de cuanto
la Iglesia enseña sobre la realidad de la vida, sobre la felicidad y sobre la
virtud, sobre el dolor y el pecado, sobre el cuerpo y el alma, como sobre los
problemas sociales y las aspiraciones humanas, y entonces podrán ver cómo se
abren ante sus ojos, caminos nuevos y luminosos e inspiraciones fecundas para
realizar obras que tengan atractivo y valor perdurable.
Será, pues, necesario favorecer el que se multipliquen las
iniciativas y las manifestaciones destinadas a desarrollar e intensificar su
vida interior, teniendo cuidado, ante todo, de la formación cristiana de los
jóvenes que se preparan a la profesión cinematográfica.
Al terminar estas consideraciones específicas sobre el
cinematógrafo, exhortamos a la autoridad civil a no prestar ninguna clase de
ayuda a la producción o programación de películas de moralidad deficiente y sí
mas bien a propiciar con medidas apropiadas las producciones cinematográficas
sanas, especialmente las que se dirigen a la juventud. Puesto que el Estado
invierte grandes sumas para fines educativos, debe empeñarse seriamente en la
solución positiva de un problema educativo de tanta importancia.
En algunos países, y con ocasión de Exposiciones
internacionales se suele adjudicar, con mucho provecho, premios adecuados a las
cintas que se distinguen por su valor espiritual y educativo: esperamos, pues,
que Nuestras advertencias habrán de contribuir a unir las fuerzas del bien,
para que las películas que lo merezcan, reciban el premio del reconocimiento y
apoyo de todos.
LA RADIO
Con no menos solicitud deseamos exponeros, Venerables
Hermanos, Nuestras preocupaciones relativas a otro gran medio de difusión,
contemporáneo del cine, es a saber, la radio.
Aunque no disponga de la riqueza de elementos
espectaculares y de las ventajosas condiciones de ambiente de que goza el
cinematógrafo, la radio posee, sin embargo, grandes posibilidades aun no
completamente explotadas.
“La radio -como decíamos al personal de una empresa
radiofónica- tiene el privilegio de estar libre y desasida de las condiciones
de espacio y tiempo que impiden o entorpecen los medios de comunicación entre
los hombres. Con ala infinitamente más veloz que la de las ondas sonoras y
rápidas como la luz, en un instante y superando todas las fronteras, lleva los
mensajes que se le confían”.45
Perfeccionada continuamente con nuevos progresos, presta
incalculables servicios en los varios campos de la técnica, llegando hasta
lograr dirigir de lejos mecanismos sin piloto hacia metas precisas. Con todo,
creemos que el más noble servicio que está llamada a prestar, es el de iluminar
y educar al hombre, dirigiendo su mente y su corazón a esferas cada vez más
altas del espíritu.
Oír la voz humana y poder seguir acontecimientos lejanos,
permaneciendo dentro de las paredes domésticas, participando a distancia en las
manifestaciones más variadas de la vida social y cultural, son cosas que
responden a un profundo deseo humano.
No es pues de maravillar que muchas casas hayan sido
dotadas rápidamente de aparatos de radio, los cuales permiten abrir una ventana
sobre el ancho mundo, de donde le llegan, de día y de noche, ecos de la
actividad que palpita en las diversas culturas, lenguas y naciones, bajo la
forma de innumerables programas ricos en noticias, entrevistas, conferencias,
transmisiones de actualidad y de arte, de canto y de música.
“Qué privilegio y qué responsabilidad -decíamos en reciente
discurso- para los hombres del presente siglo, y qué diferencia con los días
lejanos en que la enseñanza de la verdad, el precepto de la fraternidad, las
promesas de la bienaventuranza eterna, seguían el paso lento de los Apóstoles
sobre los ásperos senderos del viejo mundo. Hoy, en cambio, la llamada de Dios
puede abarcar en un mismo instante a millones de hombres!”.46
Es cosa muy excelente que los fieles se aprovechen de este
privilegio de nuestro siglo y disfruten de las riquezas de la instrucción, de
la diversión, del arte y de la misma palabra de Dios, que la radio les puede
proporcionar para dilatar sus conocimientos y sus corazones.
Bien saben todos, cuanta virtud educativa pueden tener las
buenas emisiones; pero al mismo tiempo, el uso de la radio entraña responsabilidades,
porque al igual que otras técnicas, puede ser empleada así para el bien como
para el mal. Se puede aplicar a la radio la palabra de la Escritura “In ipsa
benedicimus Deum et Patrem: et in ipsa maledicimus homines, qui ad
similitudinem Dei facti sunt. Ex ipso ore procedit benedictio et maledictio”.47
DEBERES DEL RADIOESCUCHA
Por consiguiente, el primer deber de quien escucha la
radio, es el de una cuidadosa selección de los programas. La transmisión
radiofónica no debe ser un intruso sino un amigo que entra en el hogar, consciente
y libremente invitado. Desgraciado quien no sabe escoger los amigos que
introduce en el santuario de la familia! Las transmisiones que tienen cabida en
la casa deben ser sólo las portadoras, de verdad y de bien, que no desvían sino
que más bien ayudan a los miembros de 1a familia en el cumplimiento de los
propios deberes personales y sociales y que, tratándose de jóvenes y niños,
lejos de ser nocivas, refuerzan y prolongan la obra sanamente educativa de los
padres y de la escuela.
Las Oficinas católicas radiofónicas nacionales, de las que
ya hemos hablado en esta Encíclica, ayudadas por la prensa católica, tratarán
de tener informados previamente a los fieles sobre el valor de las transmisiones.
Dichas indicaciones previas, con todo, no será posible hacerlas en todas partes
y con frecuencia tendrán un valor meramente indicativo, ya que algunos
programas no se pueden conocer con anticipación.
Por esta razón, los pastores de almas recuerdan a los
fieles que la ley de Dios prohíbe escuchar transmisiones dañosas para la fe y
las buenas costumbres y exhorten a los que tienen cuidado de la juventud, para
que vigilen y para que procuren educar el sentido de la responsabilidad acerca
del uso del aparato de radio que tienen en casa.
Además, los Obispos, tienen el deber de poner en guardia a
los fieles con respecto a las emisoras que notoriamente propugnan principios
contrarios a la fe católica.
El segundo deber de quien escucha la radio, es el de llevar
a conocimiento de los responsables de los programas radiales, sus legítimos
deseos y sus justas objeciones. Este deber se deduce claramente de la
naturaleza misma de la radio, que puede fácilmente crear una relación “en
dirección única” entre el emitente y el escucha.
Los métodos modernos de sondeo de la opinión pública, al
mismo tiempo que permiten medir el grado de interés que suscitan determinadas
transmisiones, son ciertamente de gran ayuda para los responsables de los
programas; pero el interés más o menos vivo que se despierta en el público, con
frecuencia puede deberse a causas transitorias o a impulsos no razonados, y por
tanto no deben considerarse como norma segura de conducta.
Deben, pues, los que oyen la radio, colaborar a que se forme
una opinión pública ilustrada, capaz de expresar debidamente su aprobación
junto con sus objeciones o su voz de ánimo, contribuyendo a que la radio, de
acuerdo con su misión educadora, se ponga “al servicio de la verdad, de la
moralidad, de la justicia y del amor”.48
Es esta una tarea que toca a todas las Asociaciones
católicas, que han de empeñarse en defender eficazmente los intereses de los
fieles en este campo. En países donde las circunstancias lo aconsejen, se podrá
promover, además entre los oyentes y los espectadores asociaciones a propósito,
vinculadas con las Oficinas nacionales.
Es un deber, finalmente, de los radio-oyentes, apoyar las
buenas transmisiones, ante todo aquellas que llevan a Dios al corazón humano.
En nuestros días, cuando sobre las ondas se agitan violentamente doctrinas
erróneas, cuando con interferencias se crea de propósito en el éter “una
cortina de hierro” sonora, con el fin de impedir que por esta vía penetre la
verdad que podría sacudir la tiranía del materialismo ateo, cuando millones de
hombres esperan aún el alba de la buena nueva o una instrucción más amplia
sobre su fe, y cuando los enfermos o los que se hallan impedidos en alguna
forma, esperan ansiosamente poder unirse a las oraciones de la comunidad
cristiana o al Sacrificio de Cristo ¨cómo podrían los fieles y sobre todo los
que conocen las ventajas de la radio por una experiencia diaria, no mostrarse
generosos favoreciendo tales programas?
LOS PROGRAMAS RELIGIOSOS
Bien sabemos cuánto se ha hecho y se hace en las diversas
naciones para desarrollar los programas católicos en la radio. Muy numerosos
son, gracias a Dios, los eclesiásticos y los seglares, que han tomado la
iniciativa en este campo, asegurando a las transmisiones católicas la primacía
que corresponde a los valores religiosos sobre los demás intereses humanos.
Considerando, pues, atentamente, las posibilidades que
ofrece la radio para el apostolado e impulsados por el mandato del Redentor
Divino: “Euntes in mundum universum praedicate Evangelium omni creaturae”,49 os
pedimos, Venerables Hermanos, que incrementéis y perfeccionéis cada vez más las
transmisiones religiosas según las necesidades y posibilidades locales.
Y porque la digna presentación de las funciones religiosas
por medio de la radio, como también de las verdades de la fe y las
informaciones sobre la vida de la Iglesia, exigen, además de la vigilancia
debida, talento y competencia especial, es indispensable preparar
cuidadosamente a los sacerdotes y laicos destinados a tan importante actividad.
A tal fin, en los países donde los católicos disponen de
equipos modernos y tienen más larga experiencia, organícense oportunamente
cursos adecuados de adestramiento que permitan a los candidatos, aun de otras
naciones, adquirir la habilidad profesional necesaria para asegurar a las
transmisiones religiosas un nivel artístico y técnico elevado.
Provean esas mismas Oficinas nacionales al desarrollo y a
la coordinación de los programas religiosos en el propio país, colaborando en
cuanto sea posible, con los que tienen bajo su responsabilidad las diversas
emisoras para vigilar cuidadosamente la moralidad de los programas.
Por lo que hace a la participación de los eclesiásticos en
las transmisiones de radio o de televisión, aun tratándose de religiosos exentos,
los Obispos podrán dictar normas oportunas encargando a las Oficinas nacionales
que velen por su ejecución.
EMISORAS CATÓLICAS
Enviamos una especial voz de aliento a las estaciones
radiofónicas católicas. No ignorando las numerosas dificultades que deben
afrontar, tenemos la confianza de que unidas en estrecha colaboración,
continuarán animosamente su obra apostólica que Nos tanto apreciamos.
Nos mismo hemos procurado ampliar y perfeccionar Nuestra
benemérita Radio Vaticana, cuya actividad -como hemos dicho a los generosos
católicos holandeses- responde “al deseo íntimo y a la necesidad vital de todo
el orbe católico”.50
LOS RESPONSABLES DE LOS PROGRAMAS
Dirigimos, también y con muy buena voluntad a los que
tienen la responsabilidad de los programas radiales, Nuestro agradecimiento por
la comprensión que muchos de ellos han manifestado, poniendo gustosamente a
disposición de la Palabra de Dios, el espacio de tiempo oportuno y los medios
técnicos necesarios. De esta manera tendrán participación en los méritos del
apostolado que se desarrolla por medio de las ondas de sus emisoras, según la
promesa del Señor “Qui recipit prophetam in nomine prophetae, mercedem
prophetae accipiet”.51
En nuestros días las transmisiones de calidad exigen que se
emplee un verdadero arte; por tanto los directores y cuantos toman parte en la
preparación y ejecución de los programas deben poseer una vasta cultura.
También a estos dirigimos la advertencia que hacíamos a los profesionales del
cinematógrafo, de que se aprovechen ampliamente de las riquezas de la cultura
cristiana.
Los Obispos, recuerden, finalmente a las autoridades
civiles sus respectivos deberes a fin de garantizar debidamente la difusión de
las transmisiones religiosas, teniendo en cuenta particularmente el carácter
sagrado de los días festivos, como también las necesidades espirituales diarias
de los fieles.
LA
TELEVISIÓN
Queremos detenernos, por último, brevemente, en la
televisión, que ha obtenido, precisamente bajo Nuestro Pontificado, un
desarrollo prodigioso en algunos países, y se ha introducido gradualmente
también en todas las demás naciones.
Este desarrollo, que es sin duda alguna una etapa
importante en la historia de la humanidad, lo hemos seguido con vivo interés,
al mismo tiempo que con vivas esperanzas y serias preocupaciones, elogiando,
desde un principio, ya sus ventajas y nuevas posibilidades, ya previniendo sus
peligros y posibles abusos.
La televisión goza de muchas prerrogativas propias del
cinematógrafo, en cuanto que ofrece un espectáculo palpitante de vida y de
movimiento, y aun se sirve no raras veces de películas. Bajo otros aspectos,
participa de la naturaleza y de las funciones de la radio, dirigiéndose al
espectador más que en las salas públicas, en el recinto de su propia casa.
No hace falta que repitamos las recomendaciones hechas a
propósito del cine y de la radio, sobre los deberes de los espectadores, de los
oyentes, de los productores y de las autoridades públicas. Ni siquiera es
necesario renovar Nuestras advertencias acerca del cuidado que se ha de tener
en la preparación e incremento de los programas religiosos.
LOS PROGRAMAS CATÓLICOS
Tenemos conocimiento del interés con que un gran público
sigue las trasmisiones católicas en la televisión. Es cosa obvia que participar
por televisión a la Santa Misa -como lo decíamos hace algunos años52- no es
lo mismo que la asistencia física al Sacrificio Divino que se requiere para
satisfacer al precepto festivo. No obstante, los abundantes frutos de fe y de
santificación de las almas que, gracias a la televisación de ceremonias
litúrgicas, recogen quienes no pueden asistir a ellas, Nos inducen a estimular
dichas transmisiones.
Los Obispos de cada nación deberán juzgar sobre la
oportunidad de las diversas transmisiones religiosas y confiar su realización a
la Oficina Nacional competente; la cual, como en los sectores precedentes,
desarrollará una conveniente actividad de información, de educación de
coordinación y de vigilancia sobre la moralidad de los programas.
PROGRAMAS ESPECÍFICOS DE LA TELEVISIÓN
La televisión, a más de los aspectos que le son comunes con
las dos precedentes técnicas de difusión, posee también características
propias. Ella, en efecto, permite participar audiovisualmente en sucesos
lejanos en el mismo momento en que se verifican, con una sugestividad, que se
acerca a la del contacto personal, y con una proximidad, que el sentido de
intimidad y de confianza, propio de la vida de familia, acrecienta.
Débese tener muy en cuenta este carácter de sugestividad de
las transmisiones televisadas en lo íntimo del santuario familiar, de donde se
seguirá un influjo incalculable en la formación de la vida espiritual, intelectual
y moral de los miembros de la familia y, ante todo, de los hijos que
experimentarán inevitablemente el atractivo de la nueva técnica.
“Modicum fermentum totam massam corrumpit”.53 Si pues
en la vida física de los jóvenes, un germen infeccioso puede impedir el
desarrollo normal del cuerpo; úcon cuánto mayor razón un elemento negativo
permanente en la educación puede comprometer su equilibrio espiritual y su
desarrollo moral! Y ¨quién no sabe con cuánta frecuencia sucede que un niño que
resiste al contagio de una enfermedad en la calle, se manifiesta privado de
resistencia, si el foco de infección se encuentra en su propia casa?
La santidad de la familia no puede ser objeto de
compromisos y la Iglesia no se cansará, como con todo derecho y deber le
compete, de empeñarse con todas sus fuerzas para que este santuario no sea
profanado por el mal uso de la televisión.
La televisión, dada la gran ventaja que tiene de mantener
más fácilmente dentro de las paredes domésticas a grandes y pequeños, puede contribuir
a reforzar los lazos del amor y de fidelidad en la familia, pero siempre a
condición de que no se menoscabe esas mismas virtudes de fidelidad, de pureza y
de amor.
No faltan, sin embargo, quienes juzgan imposible, al menos
por ahora, realizar tan nobles exigencias. Los compromisos contraídos con los
espectadores -afirman- requieren que se llene a toda costa el tiempo previsto
para las transmisiones. La necesidad de tener a disposición una amplia
selección de programas obliga a echar mano de espectáculos que en un principio
estaban destinados solamente para los salones públicos. La televisión, por lo
demás, no sólo para los jóvenes, sino también para los adultos.
Las dificultades son reales, pero su solución no se puede
diferir para más adelante, cuando ya la falta de discreción y de prudencia en
el uso de la televisión, haya acarreado daños individuales y sociales, daños
que hoy difícilmente podemos valorar.
A fin de que tal solución se pueda obtener simultáneamente
con la introducción progresiva de dicha técnica en los diversos países, será
ante todo necesario realizar un esfuerzo intenso para preparar programas que
correspondan a las exigencias morales, psicológicas y técnicas de la
televisión. Por esta razón, invitamos a los hombres católicos de cultura, de
ciencia y de arte, y en primer lugar al clero y a las Órdenes y Congregaciones
religiosas, a darse cuenta de esta nueva técnica y a prestar su colaboración
para que se pongan al alcance de la televisión las riquezas espirituales del
pasado y las que puede brindarle todo progreso auténtico.
Es menester que los responsables de los programas
televisivos, no sólo respeten los principios religiosos y morales sino que
tengan en cuenta el peligro que pueden presentar a los jóvenes transmisiones
destinadas a los adultos. En otros campos, como sucede por ejemplo en el cine o
en el teatro, en la mayoría de los países, se protege a los jóvenes de
espectáculos inconvenientes por medio de medidas adecuadas. Lógicamente y con
mucha mayor razón, tratándose de la televisión, deben garantizarse las ventajas
que tiene una cuidadosa vigilancia.
Como se ha hecho laudablemente en algunas partes, en caso
de que no se supriman de los programas de televisión espectáculos prohibidos
para menores, al menos hay que tomar medidas indispensables de precaución.
Con todo esto, la buena voluntad y la honrada actividad
profesional de quien transmite, no son suficientes para asegurar el pleno
aprovechamiento de la técnica televisiva, ni para apartar todos los peligros.
Es insustituible la prudente vigilancia de quien recibe. La moderación en el
empleo de la televisión, la discreta admisión de los hijos, según su edad a los
programas, la formación de su carácter y de su criterio recto sobre los
espectáculos que han visto y, finalmente, el apartarlos de programas no aptos
para ellos, pesa como un gran deber sobre la conciencia de los padres y de los
educadores. Démonos cuenta de que especialmente este último punto podrá crear situaciones
delicadas y difíciles y de que el buen sentido pedagógico exigirá
frecuentemente a los padres dar buen ejemplo aun con sacrificio personal de
determinados programas. Pero acaso ¨será pedir demasiado que los padres se
sacrifiquen cuando está en juego el bien supremo de los hijos?
Habrá de ser por consiguiente “más que nunca necesario y
urgente -como escribíamos a los Obispos de Italia- formar en los fieles una
conciencia recta de sus deberes de cristianos en el uso de la televisión54, para
que ésta no se preste a la difusión del error o del mal, sino que llegue a ser “un
instrumento de información, de formación y de transformación”.55
PARTE
FINAL
EXORTACIÓN AL CLERO
No podemos concluir estas enseñanzas Nuestras, sin que
recordemos, cuánta importancia ha de tener (como en todos los campos del
apostolado) la intervención del sacerdote en la actividad que la Iglesia debe
desplegar para favorecer y utilizar las técnicas de la difusión.
El sacerdote debe conocer los problemas que el cine, la
radio y la televisión plantean a las almas. “El sacerdote que tiene cura de
almas -decíamos a los que tomaron parte en la Semana de adaptación pastoral en
Italia- puede y debe saber lo que afirman la ciencia, el arte y la técnica
moderna, por la relación que éstas tienen con la finalidad de la vida religiosa
y moral del hombre”56. Debe saber servirse de ellas, siempre que, según el
prudente juicio de la Autoridad Eclesiástica, lo requieran la naturaleza de su
sagrado ministerio y la necesidad de llegar a un mayor número de almas. Debe,
finalmente, cuando de ellas se sirve para uso personal, dar ejemplo a todos los
fieles de prudencia, de moderación y de sentido de responsabilidad.
CONCLUSIÓN
Hemos querido confiaros, Venerables Hermanos, Nuestras
preocupaciones, que vosotros ciertamente compartís con Nos, acerca de los
peligros que puede entrañar el uso no recto de las técnicas audiovisuales así
para la fe como para la integridad moral del pueblo cristiano.
No hemos dejado de hacer resaltar los lados positivos de
estos modernos y poderosos medios de difusión. Con este fin, hemos expuesto, a
la luz de la doctrina cristiana y de la ley natural, los principios
informadores que deben regular y dirigir así la actividad de los responsables
de las técnicas de la difusión, como también la conciencia que se sirve de
ellas.
Y precisamente para encaminar al bien de las almas estos
dones de la Providencia, os hemos exhortado paternalmente, no sólo a vigilar
como es deber vuestro, sino a intervenir positivamente.
Porque la tarea de las Oficinas nacionales, que os
recomendamos una vez más, no ha de limitarse solamente a preservar y defender,
sino que también, y principalmente debe dirigir, coordinar y prestar asistencia
a las diversas obras educativas que se van suscitando en varios países para
impregnar de espíritu cristiano el sector tan complejo como vasto de las
técnicas de la difusión.
No dudamos, por tanto, dada la confianza que tenemos en la
victoria de la causa de Dios, que estas Nuestras presentes disposiciones, cuya
fiel ejecución confiamos a la Comisión Pontificia de cinematografía, radio y
televisión, habrán de suscitar un espíritu nuevo de apostolado en un campo tan
rico de promesas.
Animados con esta esperanza, a la que da valor vuestro bien
conocido celo pastoral, impartimos de todo corazón, Venerables Hermanos, a
vosotros, al clero y al pueblo confiado a vuestros cuidados, como prenda de
gracias celestiales, la Bendición Apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de la
Natividad de la Bienaventurada Virgen María, 8 de Setiembre de 1957, año
decimonono de nuestro Pontificado.
PIUS PP XII
* * *
NOTAS
1 S.
JOAN: CHRYS., Deconsubstantiali, contra Anomoes: P. G., 48, 810.
2 EPHES.III, 8-9.
3 I PETR. I, 18-19.
4 RADIOPHONICUM
NUNTIUM Qui arcano, d. 12 FEBRUARII, a. 1931 : A.A.S.,vol.
XXIII,1931,pag.65.
5 EPIST.
ENC. Vigilanti cura, d. 29 Iunii, a. 1936: A.A.S., vol. XXVIII, 1936,
pag. 249 sq.
6 Ibid. pag. 251.
7 Cfr.
A. A. S. , d. 16 Decembris, a. 1954, vol XLVI, 1954, pag. 783-784.
8 Cfr.
Sermo ad catholicos Hollandiae, d. 19 Maii, a. 1950 habitus: DISCORSI E
RADIOMESSAGGI di S.S. Pio XII, vol. XVLII, 1955, pag. 75.
9 Rom. X, 16.
10 Matth.
XXII, 16.
11 Cfr.
Sermo ad cultores cinematographicae artis ex Italia Romae congregatos, d. 21 Iunii,
a. 1955: A. A. S., vol. XLVII, 1955, pag. 504.
12 Cfr.
Matth., XI, 30.
13 Cfr.
Sermo ad radiophonicae artis cultorum coetum, d. 5 Maii, a. 1950 ex omnibus
Nationibus Romae habitum: DISCORSI E RADIOMESSAGGI di S. S. Pio XII,
vol. XII, pag. 54.
14 Rom. V, 5.
15 Cfr.
Matth. V, 48.
16 Litt.
Apost. d. 12 Ianuarii, a. 1951: A. A. S., vol. XLV, 1952, pag. 216-217.
17 Ibid. pag. 216.
18 Matth.
XIII, 27.
19 Matth.
XIII, 28.
20 I Thess. V, 21-22.
21 Cfr.
Sermo, quinto exeunte saeculo ab Angelici obitu, in Aedibus Vaticanis habitus
d. 20 Aprilis, a. 1955: A. A. S., vol. XLVII, 1955, pag. 291-292; Litt. Enc. MUSICAE
SACRAE, d. 25 Decembris, a. 1955: A. A. S., vol XLVIII, 1956, pag. 10.
22 Cfr.
Rom. 11,15.
23 Sermo
ad cultores artis cinematographicae ex Italia Romae congregatos, d. 21 Iunii,
a. 1955: A. A. S., vol. XLVII, 1955, pag. 505.
24 S.
Thom., SUMM. THEOL., I. q. 1, a. 9.
25 Cfr.
Ibid. I, q. 67, a.
1.
26 Sermo
ad sodales Radiphonicae Societatis Italiae, d. 3 Decembris, a. 1944 habitus:
DISCORSI E RADIOMESSAGGI di S. S. Pio XII, vol.VI, pag. 209.
27 Sermo
ad Nationum Societatis Consilium publicis ordinandis nuntiis, d.24 Aprilis, a.
1956 habitus: DISCORSI E RADIOMESSAGGI di S. S. Pio XII, vol. XVIII,
pag. 137.
28 Cfr.
Ioan. VIII, 32.
29 Cfr.
Nuntius radiophonicus ad christifideles Columbianae Reipublicae, d. 11 Aprilis,
a. 1935 habitus, cum Statio Radiophonica Sutacentiae inaugurabatur: A. A. S.,
vol. XLV, 1953, pag. 294.
30 Ep.
Enc. VIGILANTI CURA, d. 29 Iunii, a. 1936: A. A. S., vol. XXVIII, 1936,
pag. 255.
31 Ep.Enc.
VIGILANTI CURA: ibid. pag.254.
32 Cfr.
Adhortatio de televisione, d. 1 Ianuarii, a. 1954: A. A. S., vol. XLIV, a.
1954, pag. 21.
33 Cfr.
Sermo ad moderatores, docentes, et cultores Consociationis ex omnibus
Nationibus Institutorum Archaeologicae, Historiae, et Artis Historiae,d.9
Martii, a. 1956, habita : A. A. S., vol XLVIII, 1956, pag. 212.
34 Ep.
Enc. VIGILANTI CURA, d.29 Iunil, a. 1936: A.A.S., vol. XXVIII, 1936,
pag. 261.
35 Cfr.
Sermo ad cinematographicae artis cultores ex Italia Romae congregatos, d. 21
Iunii, a. 1955: A. A. S., vol. XLVII, 1955 pag. 501-502.
36 Cfr.
Sermo ad cinematographicae artis cultores, d. 28 Octobris, a. 1955, Romae
congregatos: A. A. S., vol. XLVII, 1955, pag. 817.
37 Cfr.
Sermones d. 21 Iunii et 28 Octobris, a. 1955 habiti: ibid., pag. 502-505 et 816
sq.
38 Ep.
Enc. Vigilanti cura, d. 29 Iunii, a. 1936: A. A. S., vol. XXVIII, 1936,
pag. 260-261.
39 Cfr.
Sermo ad cultores cinematographicae artis ex Italia Romae congregatos, d. 21
Iunii, a. 1955: A. A. S., vol. XLVII, 1955, pag. 512.
40 Ep.
Enc. Vigilanti cura, d. 29 Iunii, a. 1936: A. A. S., vol. XXVlII, 1936,
pag. 260.
41 Cfr.
Pii XII sermo ad Urbis Parochos sacrosque per Quadragesimae tempus Oratores die
5 Martii 1957 habitus: vide diarium L'Osservatore Romano, 6 Martii 1957.
42 Cfr.
Sermo de arte scaenica d. 26 Augusti, a. 1945 habitus: Discorsi e
Radiomessaggi di S. S. Pio XII, vol. VII, pag. 157.
43 MATTH.
V, 16.
44 Cfr.
Epist. Pii XII ad christifideles Germaniae, ob conventum a “Katholikentag”
appellatum, Berolinum congregatos die 10 Augusti, a. 1952: A. A. S., Vol. XLIV, 1952, pag. 725.
45 Cfr.
Sermo d. 3 Decembris, a. 1944 habitus: Discorsi e Radiomessaggi di S. S.
Pio XII, vol. VI, pag. 209.
46 Cfr.
Nuntius radiophonicus ad eos qui interfuerunt tertio generali conventui de
communicationibus inter cives et nationes, sexagesimo volvente anno a
radiotelegraphia inventa, Genuae habito: A. A. S., vol. XLVII, 1955, pag. 736.
47 Iac.
III, 9-10.
48 Cfr.
Sermo Pii XII d. 3 Octobris, a. 1947 quinquagesimo expleto anno ab arte
radiophonica inventa habitus: Discorsi e Radiomessaggi di S. S. Pio XII,
vol. IX, pag. 267.
49 MARC.
XVI, 15
50 Cfr.
Sermo ad Hollandiae catholicos, d. 19 Maii, a. 1950 habitus: Discorsi e
Radiomessaggi di S. S. Pio XII, vol. XII, pag. 75.
51 MATTH.
X, 41.
52 Cfr.
Sermo ad radiophonicae artis cultores conventum ex omnibus Nationibus
participantes: d. 5 Mail, a. 1950; Discorsi e Radiomessaggi di S. S. Pio
XII, vol. XII, pag. 55.
53 Gal. V, 9.
54 Cfr.
Adhortatio Apostolica, de televisione, d. 1 Ianuarii, a. 1954: A. A. S., vol.
XLVI, 1954, pag. 23.
55 Cfr.
Sermo de gravi televisionis momento, d. 21 Octobris, a. 1955: A. A. S., vol. XLVII, 1955, pag. 777.
56 Cfr. Sermo d. 14
Septembris, a. 1956 habitus: A. A. S., vol. XLVIII, 1956, pag. 707.