segunda-feira, 7 de abril de 2014

Otro sofisma de los actuales milenaristas


C. N.

Dicen poco más o menos los actuales milenaristas que el decreto del Santo Oficio que prohibió la enseñanza del milenarismo mitigado era un decreto tan solo disciplinar y no doctrinal, por lo que pueden no seguirlo.
Ahora bien, indudablemente, para quienes tienen ojos para ver, el mencionado decreto vale como disciplinar justamente porque se funda en una doctrina. ¿Qué doctrina? La doctrina de que “el sistema del milenarismo mitigado no puede enseñarse con seguridad” (respecto a la fe). Más todavía: se trata de un decreto firmado por Pío XII en cuanto pastor y doctor de todos los cristianos, y que exigía que la Iglesia universal acatara y sustentara la doctrina allí expuesta. O sea, como si ya no bastara con tratarse de una determinación del Santo Oficio, que como órgano auténtico del magisterio participaba de la autoridad de este de manera habitual y propia, este decreto cumplía con las cuatro condiciones vaticanas para la infalibilidad. Si no es así, o sea, si un decreto disciplinar no se funda en una doctrina infalible o al menos cierta, nunca tendrá validad; será pura y simplemente nulo, como lo son, por ejemplo, todos los decretos disciplinares del magisterio conciliar.
Aceptemos dialécticamente, sin embargo, aunque en absoluto sin concederlo, que tal decreto fuera pura y simplemente disciplinar. Si así fuera, una de dos: o los milenaristas actuales habrían de decir que nunca tuvo validad, o habrían de decir que, aunque tuviera validad, hubiera podido, en cuanto disciplinar, ser abrogado. Pero, por lo que se puede desprender de sus oscuras palabras, ellos se inclinan por la segunda hipótesis. Si es así, pregúnteseles: si era abrogable, quién lo abrogó? Otro Papa? No, sino que lo hacen los mismos milenaristas en nombre, quizá, de la crisis actual de la Iglesia. Pero esto no es sino infringir la regla segura, que San Vicente de Lérins señala en su Communitorium, de que es sobre todo en épocas de crisis de fe que debemos agarrarnos a la tradición y al magisterio anterior sin quitarle ni agregarle ni un iota – precisamente porque entonces ya no tenemos un magisterio que sea una segura regla próxima de la fe.
En otras palabras, los milenaristas actuales son otro triste ejemplo de una tendencia que se difunde incluso entre la oposición católica al liberal-modernismo: la tendencia a pontificar en lugar del magisterio pontifical. Y en esto no hacen sino igualarse al mismo y herético magisterio conciliar.