terça-feira, 18 de março de 2014

Un verdadero católico: Monseñor Juan Straubinger


Monseñor Johann Straubinger, llamado en castellano Juan Straubinger (Esenhausen, Baden-Wurtemberg, 26 de diciembre de 1883Stuttgart, Baden-Wurtemberg, 23 de marzo de 1956), fue un sacerdote católico alemán exiliado en Argentina durante la II Guerra Mundial. Doctor honoris causa por la Universidad de Münster, profesor de Sagrada Escritura, teólogo (y exégeta), fue además traductor de la Biblia, y su traducción, hecha no de la Vulgata sino de las lenguas en que se escribieron las Escrituras, nos parece una de las mejores de las hechas a las lenguas neolatinas – sobre todo por sus numerosas, largas y profundas notas.
Más que eso: Monseñor Straubinger fue seguidor del milenarismo hasta su condenación por Pío XII y el Santo Oficio, después de lo que, dócilmente, como siempre debe hacer el católico ante el magisterio, no solo dejó de ser milenarista, sino que pasó a hacer eco de esta decisión magisterial. Y es lo que se puede ver, por ejemplo, en la larga nota de su traducción a los “mil años” del Apocalipsis (cf. La Santa Biblia, traducción directa de los textos primitivos por Mons. Dr. Juan Straubinger, La Plata, Universidad Católica de La Plata, 2007, pp. 383-384). No dejéis de adquirirla. Sin embargo, transcribimos a continuación la referida nota:

«“La primera resurrección”, he aquí uno de los pasajes más diversamente comentados de la Sagrada Escritura. En general se toma esta expresión en sentido alegórico: la vida en estado de gracia, la resurrección espiritual del alma en el Bautismo, la gracia de la conversión, la entrada del alma en la gloria eterna, la renovación del espíritu cristiano por grandes santos y fundadores de Órdenes religiosas, o algo semejante.
La Pontificia Comisión Bíblica ha condenado en su decreto del 20-VIII-1941 los abusos del alegorismo, recordando una vez más la llamada “regla de oro”, según la cual de la interpretación alegórica no se pueden sacar argumentos.
Sin embargo, hay que reconocer aquí el estilo apocalíptico. En I Cor. 15:23, donde San Pablo trata del orden en la resurrección, hemos visto que algunos Padres interpretan literalmente este texto como de una verdadera resurrección primera, fuera de aquella a que se refiere San Mateo en 27:52-53 (resurrección de santos en la muerte de Jesús) y que también un exégeta tan cauteloso como Cornelio a Lápide la sostiene. Ver I Tess. 4:16, I Cor. 6:2-3, II Tim. 2:16 ss y Filip. 3:11, donde San Pablo usa la palabra “exanástasis” y añade “ten ek nekróon”, o sea, literalmente, la ex-resurrección, la que es de entre los muertos. Parece, pues, probable que San Juan piense aquí en un privilegio otorgado a los demás Santos (sin perjuicio de la resurrección general), y no en una alegoría, ya que San Ireneo, fundándose en los testimonios de los presbíteros discípulos de San Juan, señala como primera resurrección la de los justos (cfr. Lc. 14:14 y 20:35).
La nueva versión de Nácar-Colunga ve en esta primera resurrección un privilegio de los santos mártires, “a quienes les corresponde la palma de la victoria. Como quienes sobre todo sostuvieron el peso de la lucha con su Capitán, han de recibir un premio que no corresponde a los demás muertos, y éste es juzgar, que en el sentido bíblico vale tanto como el regir y gobernar al mundo, junto con su Capitán, a quien por haberse humillado hasta la muerte, le fue dado reinar sobre todo el universo”.
“Con el cual reinarán mil años”: sobre este punto se ha debatido mucho en siglos pasados la llamada cuestión del milenarismo o interpretación que, tomando literalmente el milenio como reinado de Cristo, coloca esos mil años de los vv. 2-7 entre dos resurrecciones, distinguiendo como primera la de los vv. 4-6, atribuida sólo a los justos, y como segunda y general la mencionada en los vv. 12-13 para el juicio final del v. 11.
La historia de esta interpretación ha sido sintetizada en breves líneas en una respuesta dada por la Revista Eclesiástica de Buenos Aires (mayo de 1941) diciendo que “la tradición, que en los primeros siglos se inclinó en favor del milenarismo, desde el siglo V se ha pronunciado por la negación de esta doctrina en forma casi unánime”. Agrega a este respecto que “las voces milenio y milenario se prestan a confusiones”.
Muchos aún creen que se aplican a los que esperaban el fin del mundo para el año mil, o sus proximidades, como el célebre Apringio de Beja en su Comentario al Apocalipsis (531-548), que decía fundarse en las 70 semanas de Daniel, iniciadas antes de Cristo, o como San Beato Liébana “que presagió que el mundo se acabaría en el año 800”.
Todos los exégetas modernos están de acuerdo en que el período del encierro de Satanás no puede tomarse en sentido absoluto, porque al final es nuevamente soltado el diablo por un tiempo (versículos 3 y 7; cfr. 22:5).
También coinciden todos en que ese encierro se Satanás se producirá algún día.
Donde las opiniones divergen es en cuanto a sostener si ese reinado establecido por Cristo se manifestará entre su segunda venida y el juicio, o tan sólo después en el reino de la gloria, y si tal vez la Iglesia ha de identificarse son ese tiempo de paz imperturbable en que el diablo “no anda engañando a las gentes” v. 3).
Muchos Padres antiguos, entre ellos Papías, San Justino, Tertuliano, San Hipólito, Lactancio, San Victorino, San Teófilo, etc., siguen la primera opinión, y San Ireneo, el cual invocaba a los “presbíteros” discípulos de San Juan, la defendía como una “verdad de fe tan cierta como la existencia de Dios y la resurrección de la carne”.
Posteriormente varían los criterios, y San Agustín declaró que la abandonaba a causa del abuso que de ella hacían los milenaristas carnales.
San Jerónimo escribe, con respecto a esas opiniones, que “aunque no las sigamos no podemos, sin embargo, condenarlas, porque muchos varones eclesiásticos y mártires así lo dijeron. Cada uno abunde, pues, en su sentido y resérvese todo para el juicio del Señor”.
La Sagrada Congregación del Santo Oficio [con la firma de Pío XII] puso fin a muchas discusiones declarando, por decreto del 21 de julio de 1944, que la doctrina que enseña que antes del juicio final, con resurrección anterior de muchos muertos o sin ella, nuestro Señor Jesucristo vendrá visiblemente a esta tierra a reinar, no se puede enseñar con seguridad (tuto doceri non posse) [respecto a la fe; cfr. Cuestiones Teológicas, I, 1 de febrero de 2014].
Para información del lector, transcribimos el comentario que trae la gran edición de la Biblia de Pirot-Clamer sobre este pasaje:
La interpretación literal: varios autores cristianos de los primeros siglos pensaron que Cristo reinaría mil años en Jerusalén antes del juicio final. El autor de la Epístola de Bernabé es un milenarista ferviente; para él, el milenio se inserta en una teoría completa de la duración del mundo, paralela a la duración de la semana genesíaca = 6.000 = 1.000 años. San Papías es un milenarista ingenuo. San Justino, más avisado, empero, piensa que el milenarismo forma parte de la ortodoxia. San Ireneo, lo mismo, al cual sigue Tertuliano. En Roma, San Hipólito se hace campeón contra el sacerdote Caius, quien precisamente negaba la autenticidad joanea del Apocalipsis, para abatir más fácilmente el milenarismo”.
Relata aquí Pirot la polémica contra unos milenaristas cismáticos, en que el obispo Dionisio de Alejandría “forzó al jefe de la secta a confesarse vencido”, y sigue: “Se cuenta también entre los partidarios más o menos netos del milenarismo a Apolinario de Laodicea, Lactancio, San Victorino de Pettau, Sulpicio Severo, San Ambrosio. Por su parte, San Jerónimo, ordinariamente tan vivaz, muestra con esos hombres cierta indulgencia. San Agustín, que dará la interpretación destinada a hacerse clásica, había antes profesado durante cierto tiempo la opinión que luego combatirá. Desde entonces el milenarismo cayó en el olvido, no sin dejar curiosas supervivencias, como las oraciones para obtener la gracia de la primera resurrección, consignadas en antiguos libros litúrgicos de Occidente”.
Más adelante cita Pirot el decreto de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, que transcribimos al principio, y continua: “Algunos críticos católicos contemporáneos, por ejemplo Calmat, admiten también la interpretación literal del pasaje que estudiamos. El milenio sería inaugurado por una resurrección de los mártires solamente, en detrimento de los otros muertos.
La interpretación espiritual: Esta exégesis comúnmente admitida por los autores católicos, es la que San Agustín ha dado ampliamente. Agustín hace comenzar este período en la Encarnación, porque profesa la teoría de la recapitulación, mientras que, en la perspectiva de Juan, los mil años se insertan en un determinado lugar en la serie de los acontecimientos. Es la Iglesia militante, continua Agustín, la que reina con Cristo hasta la consumación de los siglos; la primera resurrección debe entenderse espiritualmente del nacimiento a la vida de la gracia; los tronos son los de la jerarquía católica, y es esa jerarquía misma, que tiene el poder de atar y desatar. Estaríamos tentados de poner menos precisión es esa identificación. Sin duda, tenemos allí una imagen destinada a hacer comprender la grandeza del cristiano: se sienta, porque reina.
Sin embargo, quedan todavía muchos aspectos del problema sin solución. Fillón, citando a Vigouroux, observa que es éste uno de los lugares más obscuros de la revelación misteriosa hecha a San Juan y agrega: “Después de haber leído páginas muy numerosas sobre estas líneas, no creemos que sea posible dar acerca de ellas una explicación enteramente satisfactoria”.

No sería, pues, una actitud razonable, ni conforme a las enseñanzas del Sumo Pontífice, el mirar la declaración antes referida como un motivo de retraimiento en el estudio de las profecías escatológicas de la Biblia, sino que, por el contrario, como dice Pío XII, deben redoblarse tanto más los esfuerzos cuantos más intrincadas aparezcan las cuestiones, y especialmente en tiempos como los actuales, que los Sumos Pontífices han comparado tantas veces con los anuncios apocalípticos, y en que las almas, necesitadas más que nunca de la palabra de Dios, sienten la necesidad del misterio y buscan como por instinto refugiarse en los consuelos espirituales de las profecías divinas, a falta de las cuales están expuestas a caer en las fáciles seducciones del espiritismo, de las sectas, la teosofía y toda clase de magia y ocultismo diabólico».